Ella decía ser mi esposa. Había un calor insoportable, pero estaba su sonrisa. Un naranjo chaparro arrojaba sus frutos a la banqueta. Naranjas aplastadas. Pedazos de sol podridos en el piso. Dos perros chihuahua insoportables. Creía que era feliz. Ella decía ser mi esposa. Y comprábamos el súper juntos. Me daba trescientos pesos. Nunca creí ninguna de sus mentiras. Para ella no tenía importancia la verdad. También había un gato negro que yo arrojé una noche lejos de la cama. Y desde esa vez el gato me odió. Tenía la nariz perfecta. Y no me decepcioné cuando supe que era operada. Había algo en sus abrazos. Tenía un carácter de la chingada. Se creía libre. Nuestra cama era una balsa. Sólo oramos una vez. Juntos, hincados en la cama. Suplicando cada quien a nuestro dios. Que nos librara de la muerte. El agua de lluvia limpia las ventanas. El sol revienta los frutos de las plantas. Teníamos esperanza. No me gustaba su música. Y nunca hablé bien con su papá. La admiraba y tal vez nunca deje de hacerlo. Se largó una tarde después de mucho llorar. Se llevó todas las explicaciones y dejó su ropa un mes, hasta que fue insoportable. Cada tarde imaginaba que volvía. Le escribí un par de poemas. Le pedí que se llevara su ropa. Ella decía ser mi esposa, pero no lo fue.
Ella decía ser mi esposa
Actualizado: 11 jul 2018
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